Caja de seguridad.

La fotografía estaba en un rincón de la habitación que parmanecía en penumbra. Desde el último ataque había decidido que aquello era lo mejor, y sin embargo pude localizar aquel trozo de papel sin necesidad de prender ni siquiera una vela. Observé los planos de tu rostro sonriendome, y entonces lloré por tí. Lloré porque ya no estabas más conmigo, lloré porque no podías darme tu consejo ahora que más lo necesitaba.

Dejé tu foto por un segundo, igual no te marcharías... nunca lo hiciste aunque ya no estuvieras a mi lado. Y busqué sus cartas, aquellas letras que habíamos escrito mucho tiempo atrás. Reí. La situación era contrastante pues las lágrimas no habían terminado de secarse pero mi rostro exhibía una sonrisa sincera. No pude evitar releer los datos nuevamente, era increíblemente maravilloso la manera que podías sacarme una mueca de alegría aunque fueran palabras que dijiste tiempo atrás.

¿Qué más debía guardar? ¿Los recuerdos? Seguro, pero... ¿cómo hacerlo? No era como poder depositarlos en un cajón y sacarlos cuando quisiera. Si no más bien era recordarlos para que no se perdieran en la infinidad de la mente. Fruncí el ceño intentanto recordar todos los detalles, algunas memorias se habían vuelto tan bizarras y otras dudaba de que fueran reales. Quizá mi imaginación jugaba en mi contra y quería engañarme, tenderme una trama; no sería algo nuevo.

Y sin embargo las fotografías, las notas incluso algunas envolturas eran pruebas físicas de que todo había sido real. Suspiré y me deje llevar por cada sensación que cada cosa me transmitía. Era como si aquellos objetos fueran anclas que con sólo tocarlas eran capaces de transportar todo al pasado. Revivir el momento.

La alarma sonó. El bombardeo estaba a punto de empezar, debía guardar todo en un lugar seguro.

Guardé tu foto junto con todas las demás pero antes la miré por una fracción de segundo. Tus ojos resultaron una tortura, no podía creer que nunca más volvería a verlos brillar a la hora de reprocharte el hecho de que fumaras. Una lágrima volvió a resbalar.

La alarma volvió a sonar, esta vez más fuerte. Ya no había tiempo.

Tomé todo lo demás: las notas, las envolturas, las viejas tintas y las arroje dentro de la caja de seguridad. Era el único sitio al que podía confiar mis tesoros. El único lugar donde los recuerdos estaban seguros del mundo y de mí.

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